dimarts, 21 d’octubre del 2008

dilluns, 13 d’octubre del 2008

Arquitectes: JOSEP LLINÁS

Madrid, 9 de enero de 1996

A veces la amistad llega antes como eco de lo que hacemos.

Los reflejos de la fotografía casual de una niña en la casa Farnsworth de Mies, pensados con inteligencia y sensibilidad por Llinás en una revista profesional, fue el comienzo.

Pasa un arquitecto de Tarragona por delante del Gobierno Civil; descubre una mancha en el cobre del balcón principal del edificio. El arquitecto habla de ello al Decano del Colegio de Tarragona y los dos, quizá el mismo día, van a ver al Gobernador quien les explica que hay un proyecto de Madrid para la revisión total del edificio. La mancha era sólo una prueba de cómo limpiar los cobres de la fachada que con tanto esfuerzo, hace años, cuando lo construimos, quisimos que fuera “sucio”. Alarma general que termina por llamar al arquitecto que lo construyó para su restauración. Una condición, colaborar con un arquitecto de allá: surge el nombre de Llinás, una suerte. En la primera reunión, él feliz ante el arquitecto veterano y yo, más sibilino, feliz por saber que la obra estaría en buenísimas manos. Llegó a conocerse la obra mejor que yo cuando la construí. Uno quisiera que siempre, todo, fuera así. Lo mismo hizo con Jujol. Llinás, restaurador inteligente por buenísimo arquitecto. Después, la amistad, tanta que podríamos prescindir de la sinfonía profesional. Y viceversa.

Con los años, sin prisas, fui conociendo a la persona y sus obras, y en ella y en ellas alegraba encontrar una naturalidad inteligente entendida como valor arquitectónico difícil de lograr. Se confirmaba el acierto mostrado en el Gobierno Civil, como no podía ser de otra manera.

Coincidir tanto en pensamiento hace pensar por qué nuestras obras no se parecen más. Que la arquitectura hace sonreír, da risa, lo sabíamos de antes y lo practicamos juntos muchas veces. Construir con lo que “no es arquitectura”, darle la vuelta a las cosas y las ideas y hacer de ello una forma seria de estar como arquitecto de unas obras –como la biblioteca, la central telefónica, el museo y tantas otras-, que justifican plenamente a un arquitecto.

Sin embargo, sus escondidas sospechas arquitectónicas las veo yo más evidentes y explícitas, más filosóficas. Llinás cansado de la normalidad de estos temas y de su seguridad, confiado se somete al peligroso experimento de hacer presente, fragmentar y jugar con el programa dado, con un solar imposible, una propiedad díscola, un cambio de presupuesto o unas normativas olvidables, para una permanente renuncia al objeto arquitectónico acabado, redondo. Quizá por eso acepta encargos imposibles como el meterse en ese berenjenal de casas que construye en la periferia, en solares y situaciones inusuales, de Barcelona. En ellas, renuncia aparentemente a la totalidad para pensar en rincones agradables para un bienestar y en ello muestra su cultura y sensibilidad. Cuando uno llega a conocerlas bien se asombra de lo bien resueltas y trabadas que están. No sé si en la obra de los arquitectos hay etapas y no un continuo reflexionar, desde el propio camino, que da obras distintas. En cualquier caso, la expectativa de quienes le seguimos continúa siempre.

Al escribir, igual. Dice sin decir, ve lo que nadie ve -chispeante ojo de Polifemo y mentón en el Gobierno Civil- y lo que dice está tan difícilmente bien dicho que queda porque obliga a pensarse repetidamente.

Vestido de negro, muchas veces, está y no está -vive en Barcelona-, es la sombra inteligente en el escenario que dice lo justo, sin más, sin menos. Sorprende y deja pasar. “Nada por aquí, nada por allá... Queda la inteligencia y la sensibilidad, la cultura y el humor y el virtuosismo del mago, tanto más virtuoso cuanto menos arquitecto”

Y nos reímos mucho.

Alejandro de la Sota

dilluns, 6 d’octubre del 2008